Aquella noche me maté al volante
Volvía del trabajo por la autopista a 160 kilómetros por hora, la velocidad perfecta para viajar. Llegué a casa, me puse el pijama, infusioné una menta piperita, y me acosté.
Entonces empecé a ver imágenes de mi terrible accidente de tráfico. No estaba soñando, porque mi reloj inteligente vibró varias veces alertándome del incremento de mi ritmo cardíaco. Vi mi coche destrozado en el arcén de la autopista, la luna delantera hecha pedazos, y mi cuerpo tirado en mitad de la calzada, tapado con la típica manta amarilla de aluminio para cadáveres. Había varias patrullas de policía, una ambulancia y una larguísima cola de coches en el otro carril, frenando para poder contemplar el espectáculo.
De repente desaparecieron y volví a estar en mi dormitorio. ¿Sabes lo que creo? Que todos nos matamos varias veces a lo largo de la vida, pero que nuestra alma, esencia, o como le quieras llamar, salta automáticamente a un universo paralelo en ese preciso instante, y solo morimos de forma permanente cuando se nos agotan todos los universos disponibles.
Esa noche, de alguna forma, el sistema tuvo un fallo y fui consciente del salto. Pero sé que esas imágenes eran reales. Aquella noche me maté al volante.
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