El gimnasio más famoso de la ciudad
Era un gimnasio diferente, y no por mero azar había llegado a ser el más famoso, el sitio de moda entre la gente de todas las edades.
Su secreto residía en la manipulación de los pequeños detalles, casi imperceptibles para un ojo desentrenado.
Nada más entrar, la fragancia del establecimiento inundaba las pituitarias. Había sido diseñada por una prestigiosa firma de perfumes, incluyendo una ligera nota de carne a la parrilla que desencadenaba una culpa inconsciente en los clientes por la comilona del día anterior. Culpa que había que transformar en ganancia, por supuesto.
En la sala de culturismo, todos los pesos de las máquinas habían sido trucados para que mostrasen más kilos de los que realmente se estaban levantando, con el fin de aportar un extra de motivación. Claro que algunas personas no necesitaban esa pequeña ayuda y terminaban levantando la propia máquina en volandas.
Pero la argucia definitiva se encontraba en cada rincón, era imposible escapar de ella. Habían instalado espejos inteligentes, dotados de IA, que al vigoroso le devolvía una imagen escuálida e hipoproteica y al rollizo le añadía un par de almuerzos. Era la artimaña perfecta, el contrato de permanencia definitivo.
El escándalo se destapó por un chivatazo anónimo de un cliente al que habían pagado, junto a otros muchos, para que se paseara durante meses por la sala de máquinas fingiendo que entrenaba y que estaba consiguiendo todos sus propósitos, metas y objetivos: entre ellos la felicidad. La realidad era que el gimnasio les había costeado un completo programa de intervenciones de cirugía estética. Entonces todo se vino abajo, y la empresa quebró.
Desde entonces no he necesitado apuntarme a ningún otro gimnasio más.
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