Matar a una araña


Las arañas no son como cualquier otro bicho. No son como las cucarachas, las polillas o las moscas. Estos últimos se podrían denominar "bichos pasivos". Generalmente, no atacan, no pican, y desde su punto de vista, su existencia es perfectamente compatible con la tuya. Se les mata única y exclusivamente por asco, por incomodidad sensitiva; digamos por capricho, porque somos una especie tocahuevos.

En cambio, las arañas pertenecen a otro grupo diferente, que podríamos llamar "bichos activos", del que también forman parte las avispas. Es posible que se escondan, huyan o no ataquen de primera mano, pero ten por seguro que están maquinando la forma de joderte vivo en otro momento. Son bichos pasivo-agresivos. Y por ello deben morir.

El combate con una araña gorda, de esas que les ha nacido hasta pelo negro (tal es su envergadura) es algo singular. Te miran con esos ojos abyectos y mueven los quelíceros, en un alarde de superioridad. Controlan la situación, y lo sabes. Detectan tu miedo, la gota de sudor brotando de tu sobaco, tu cerebro primitivo buscando el instrumento más mortífero al alcance. Te dan la espalda, y luego vuelven a mirarte: juegan contigo. De alguna manera son conscientes de que llevan las de perder, tienen la física y la probabilidad en contra, pero les da igual, te lo van a poner difícil, vaya que sí.

Coges una zapatilla de andar por casa, cuya aerodinámica y contrapeso son inadecuadas para matar bichos, pero no tienes otra cosa y el tiempo se acaba, la jodida araña está cerca de una esquina, el punto de no retorno, el final del tablero de ajedrez donde se convertirá en Reina. Te subes en una silla inestable, tentando a la gravedad, y entonces lanzas la estocada. Un ataque desesperado e impreciso, no es tu mano quien porta la zapatilla, sino tu miedo. Y el miedo es el peor consejero.

Fallas, por supuesto. Dejas una huella en la pared, y la jodida y asquerosa araña salta. Sí, salta como un maldito saltamontes hacia tu cara. Casi puedes oírla riendo mientras llega, y te la sacudes de forma histérica, enfermiza, intentando aplastarla, como si fueran diez en lugar de una. No tienes ni idea de dónde ha podido caer, si sigue dentro de ti, en algún recoveco de tu ropa, de tu cuerpo.

Igual que en las películas de mafiosos, si no hay cadáver, no puedes darla por muerta. Y ahora, prepárate, porque has gastado tu único cartucho. Ya no la oyes reír, ya no te mira desde un punto, sino desde toda la casa. Ya no está jugando.

Ahora te está cazando a ti.

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