El vecino tranquilo


Abelardo es un vecino tranquilo, pero no se anda con gilipolleces. Es un tipo amable, hasta que le tocas las narices. Eso lo sabe el que ha sufrido la ira de Abelardo. Os voy a contar qué ocurrió en una de esas ocasiones.

Hace muchos años, su vecino de arriba, que era bailaor de flamenco, decidió instalar una tarima para ensayar en su propio salón. Era un tío majo, pero bailaor, al fin y al cabo. Yo no entiendo mucho de flamenco ni de baile, pero me quiero imaginar que tener a un tipo pegando porrazos y berridos en el techo durante horas, por muy rítmicos que sean, no le gusta a nadie. No estoy intentando justificar lo que hizo Abelardo, pero, de alguna manera, se podría comprender.

Abelardo, que ya hemos mencionado que es una persona razonable, subió a hablar con el vecino y le explicó, punto por punto, ruido por ruido, los motivos por los que no le parecía adecuado instalar una tarima en una vivienda. El vecino, que se llamaba Regino, era todo lo contrario que Abelardo: tenía muy mal pronto, pero buen fondo. De manera que le cerró la puerta en la cara.

Muy tranquilo, Abelardo aceptó el no por respuesta y la declaración unilateral de guerra. No volvió a molestar a Regino por un tiempo, mientras este aporreaba el techo como un taladro percutor. Abelardo cogió un saquillo de papas, y escribió en él "CÓLERA" con letras mayúsculas. Todos los días iba echando dos euros y acumulando venganza, ira y furia, que se mezclaban con el dolor de pagar.

El quincuagésimo tercer día, las monedas rebosaban del saco. Había llegado el momento. Al caer la noche, Regino dejó de tocar los cojones con los zapatos y Abelardo salió de su casa con todo lo que necesitaba. Subió despacio los veintidós escalones que separaban su planta de la de arriba, sin ninguna prisa. Tenía toda la noche por delante. 

En la más absoluta oscuridad, llevó a cabo su venganza durante tres horas. Tres largas horas de cólera y justicia contenida. Cuando terminó, Abelardo, el vecino tranquilo, profirió una breve carcajada que se perdió en los recovecos de la oscuridad.

A la mañana siguiente no hubo taconeos, pero sí gritos y alaridos. Chillidos de desesperación que provenían del piso de arriba. Todos los vecinos salieron de sus casas para saber qué ocurría, y descubrieron que donde antes se encontraba la puerta del apartamento de Regino, ahora solo había una pared doble de ladrillo con cemento y alambre de espino. 

Desde entonces, algunos otros incautos le han tocado los cojones a Abelardo, pero todos han acabado mucho, mucho peor que Regino, que fue la primera y más suave de las venganzas que se cobró.

¿Que cuál fue la peor? 

Os dejo que la adivinéis en los tres minutos que me quedan de aire dentro de este ataúd.




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