El Mosquito Morena
Los veranos, tal y como los conocemos, llegaron a su fin con la llegada del mosquito morena. Siempre han existido variantes de mosquitos más o menos peligrosas que transmitían virus y otras enfermedades. El problema del mosquito morena no era que fuese un vector del Zika o la Malaria.
El verdadero problema era que había desarrollado boca y dientes afilados.
No está clara qué endiablada rama de la evolución engendró semejante alimaña, ni cómo ha llegado hasta nuestras fronteras (se especula que ha sido a través de un paquete de AliExpress). El resultado es que ahora vivimos con mosquiteras de acero en las ventanas.
El mecanismo de mordedura del mosquito morena (Aedes dentiforus) es todavía un misterio anatómico para la ciencia. El insecto tiene un tamaño no mayor al de una uña, pero de alguna manera, logra desencajar la mandíbula para propinar el mordisco a su víctima, como si de una serpiente se tratara. Además, el jodido mosquito se queda enganchado a la carne (de ahí su nombre) y zafarse tirando de él es una pésima idea.
Por descontado, la peligrosidad del insecto no reside solo en su mordedura afilada, capaz de desgarrar el dedo de un niño, sino que, por si fuera poco, inyecta una neurotoxina paralizante del sistema nervioso que puede necrosar el tejido adyacente.
Las autoridades, como es costumbre en las crisis sanitarias, no están tomando ninguna medida eficaz para paliar esta plaga que nos asola y que está matando al turismo (literalmente. Hoy han aparecido otros cuatro noruegos paralizados y devorados). Algunas entidades privadas de ingeniería genética están desarrollando una nueva especie de mosca agresiva, inocua para los humanos, capaz de engullir al mosquito morena y diezmar así a su población.
No sabemos cómo vamos a solucionar esto. Lo único que está claro es que en Amazon ya se han agotado los trajes reforzados de apicultor. Me he llevado los diez últimos que quedaban.
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